CRONICA DE UNA CLASE AMOROSA
¿Qué es el amor?
–Es una pelota de fútbol pinchada –dice Esteban, que es tan gigante que no se entiende que no pueda dar su nombre por ser menor, pero que se lo ve más chico cuando su cuerpo alto, cubierto de rulos y de una espalda casi doblada en el pupitre del Liceo Nº 11 Cornelio de Saavedra, de Villa Urquiza, cuenta sus penas de amor–. La profesora que se lo pregunta es María Victoria Arias, un tractor en empujar que la Ley de Educación Sexual Integral se cumpla y una inventora de un programa que todavía no tiene manuales, pero sí su creatividad para proponer un proyecto propio donde la diversidad, la sexualidad, la poesía y la literatura no sólo estén escritos con tizas sino con las fibras que ella lleva para que todos y todas escriban.
“¿Qué es el amor?” es una pregunta que demuestra que la educación sexual transversal debe darse en todos los niveles y en todas las materias, no fomenta las relaciones sexuales precoces ni va en contra de los valores que pregona la Iglesia, como el amor, pero sí busca una concepción del amor, de la sexualidad, del cuerpo y del encuentro libre, saludable y gozosa.
La educación sexual no sólo está en las escuelas cuando hay silencio, como está en las familias cuando no se dice nada. “Mi papá se enteró cuatro años después que tuve relaciones sexuales”, confiesa Esteban, en una muestra de que mientras la televisión chorrea sexo explícito por un caño que baja, los tabúes siguen firmes como los platos puestos en los manteles de la mesas familiares.
Victoria pone música. “Invisible”, les cuenta ella, morocha, vestida de violeta, dulce con los chicos/as, pero decidida a que nadie la frene en su obligación de dar cuentos y poemas a través de los cuales sus alumnos puedan contar, contarle, preguntar y ella, incluso, decirles que sobre sexualidad nadie tiene todas las respuestas.
A Esteban la pregunta del amor –que Victoria organiza como un cadáver exquisito que hay que formar en el pizarrón y después ella lo sube en un blog– le duele. “Hace dos años que falleció una novia mía y recién este año pude estar con otra chica”, cuenta este muchacho que se parece a los que se ven en la televisión: rudos, borrachos, drogados, adictos, bravos, casi todos sinónimo de malos. O ganadores entre –al menos– dos chicas. Las clases de educación sexual son la mejor muestra de por qué la educación sexual integral no sólo es una obligación y un derecho: las clases deshacen los prejuicios y rehacen a una adolescencia –no naïf pero sí muuuuuuuuuuuuy amorosa– desorientada, apasionada y dispuesta a escuchar, a dar y recibir abrazos y probar con sus respuestas, e inventar sus propias preguntas antes que la imagen demonizada o súper informada que se transmite de los jóvenes en los medios y la opinión pública.
Esteban tiene 16 años y no sólo la tele los muestra ganadores (o perdedores), violentos (o santos), sino que nunca los cuenta sensibles como él se cuenta en su clase de literatura con contenidos de educación sexual. “Son cosas que duelen, pero se aprende a llevar”, dice. No dice: enseña. Al contrario de todos los prejuicios, la clase no es un barullo porno soft. Y los adolescentes –aunque Rolando Graña no lo crea– hacen algo más que vomitar. A veces preguntan, a veces enseñan.
¿QUE ES EL AMOR?
Un camino que lo construimos juntos.Juntar dos almas en una sola.¡Estar llenos!Un tren de colores.Los amaneceres llenos de sueñosy estrellas.Un lobo viejo.Un fruto que todos podemos comerescriben los chicos y chicas,en ronda, cada uno en su papel.
¿Eso es lo que tanto asusta de que la educación sexual no sea una excepción sino una regla? Las palabras hablan de amor. Las paredes, de prejuicios. “Floggers putos” (o gallego ídem), “Mary torta” y “Faria chupa pija” está escrito donde ellos piensan sobre amores, felicidades y temores. Victoria explica: “El sentido es la creación colectiva para ver qué emociones surgen”. Sofía tiene los ojos rasgados de negro, la piel lisa y la boca provocadora y clara, pero no santa: “Todo el mundo jode con la pija, la poronga y el culo. Pero esta clase la tomamos en serio. No se trata de joda”, dice con una lengua imparable, filosa y filosófica. Pero más sensata que otras sensateces. “A veces te critican porque las paredes están escritas, pero no se fijan en los conceptos. El problema es que se critique a una mujer porque está con 20 tipos y no a un tipo porque está con 20 minas o a una lesbiana o un gay.”
Hugo resume por qué es importante la escuela como refugio. “Si hablo con mis viejos me van a decir que vengo de un repollo, pero no me van a explicar.” Mientras que Geraldine remarca: “En todas las otras clases te dicen ‘lo vemos a fin de año’ pero nunca hablamos de sexualidad, en cambio acá aprendemos sobre las diferencias de género. Estaría bueno que haya más clases de educación sexual, porque tenemos muchas dudas y Victoria es la única que nos habla”, dice. La clase termina y las clases también. Hugo reparte sándwiches porque el festejo de fin de año quedó mojado por la lluvia, las palabras no destiñen y él convida con la bandeja a cada una de sus compañeras y sus compañeros. Esa imagen también es un sello impregnado del poder de darles a los varones y a las mujeres nuevos lugares y nuevas posibilidades de escuchar y contar sin dictar cátedra sobre sexo ni clasificaciones.